Estos días, atendemos a un fenómeno atípico en las calles de las ciudades, normalmente saturadas de actividad humana y de tráfico y, ahora, por efecto del Covid-19, súbitamente despejadas y silenciosas desde hace casi 2 semanas: animales salvajes que se aventuran a abrirse camino por las vías antes transitadas y ahora desiertas, como si la naturaleza se estuviese tomando un respiro gracias a la pandemia.
Los ejemplos son muchos: jabalíes cruzando la calle Balmes de Barcelona, caballos en varias ciudades de Italia, ciervos en Nara (Japón) y hasta delfines en el puerto de Cerdeña, cientos de cisnes blancos en los canales de Venecia, o corzos buscando comida en algunos barrios de Madrid.
Incluso ha habido un vídeo bastante cómico (entre los cientos que hay estos días en las redes), grabado en Benidorm, ciudad que todos los años para estas fechas ya está atestada de turistas, donde cientos de palomas persiguen, en una calle desierta, a una señora que volvía a casa con su carrito de la compra, como si asistiésemos al nacimiento de un nuevo orden natural, donde ya no fuésemos la especie dominante.
Por ir al grano, a raíz de la Orden INT/239/2020 decretada por el Ministerio del Interior el 16 de marzo, hemos sido muchas las organizaciones que nos hemos adaptado rápidamente a las dinámicas del teletrabajo y, casi sin quererlo, estamos reflexionando sobre qué otros cambios podríamos (o incluso deberíamos), por beneficiosos, hacer en las culturas organizativas en cuanto a nuestro modelo de trabajo. Es posible que una de las lecciones que podamos extraer de la pandemia sea integrar en nuestra rutina algunos de estos cambios, cuando deje de ser una obligación y podamos volver a la normalidad.
¿Es tan necesario el presencialismo en las oficinas, o debemos empezar a plantearnos seriamente trabajar más horas en remoto? ¿Cuál es el número de días a la semana adecuados para teletrabajar? ¿Podremos mantener las dinámicas de trabajo que teníamos antes? ¿Es realmente necesario mantenerlas como estaban? ¿Seremos más eficientes teletrabajando? ¿Hasta qué punto lo seremos? ¿Nos es posible ahora mismo, cultural y tecnológicamente, asumir esos cambios?
En la actualidad, solamente practica el teletrabajo un 3,7% de la población ocupada en España. Para que el cambio de modelo sea el óptimo, tenemos que sustituir la cultura tradicional de premiar al trabajador que está más horas en la oficina, por otra en la que se premia a un equipo humano que alcanza unos objetivos comunes.
Ventajas del teletrabajo:
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- Efectividad: cambiamos horas “en la oficina” por horas dedicadas al trabajo real.
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- Equidad: equipara tiempos de desplazamiento a los que viven más alejados de la oficina, y hace iguales entre sí a las personas que tienen alguna discapacidad física y a las que no la tienen. También reduce el nº de accidentes y el absentismo.
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- Conciliación de la vida laboral y familiar: permite compatibilizar y combinar las funciones laborales con las tareas domésticas.
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- Costes: disminuye el gasto en infraestructuras para la organización (gastos de gasolina, comida, etc.)
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- Tecnología: tenemos a nuestra disposición los medios, las herramientas y el ancho de banda suficiente para hacerlo, es raro que una compañía no pueda acceder a ello, a no ser que la naturaleza de su negocio se lo impida (por ej.: construcción).
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- Contaminación: según cálculos realizados por Fundación Másfamilia, bajo la hipótesis de teletrabajo de 2 días/semana (40%), que es la opción preferida en las empresas, se obtendría una reducción de 332.843 toneladas de CO2/año o unas 336.171 toneladas de gases de efecto invernadero. La descongestión del tráfico en las ciudades sería uno de los efectos más inmediatos.
Desventajas del teletrabajo:
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- Aislamiento: tendencia a cierta inseguridad y menor socialización con los compañeros de trabajo.
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- Responsabilidad: puede haber jerarquías difusas, y decaer el sentimiento de responsabilidad o corresponsabilidad.
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- Desorganización: el teletrabajo debe estar igualmente o mejor organizado que el trabajo presencial; si no, corremos el riesgo de entrar en continuas interrupciones. Solo beneficia si se hace correctamente.
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- Dificultades para “salir del papel”: al no haber límites claros entre casa y oficina, puede darse el efecto de jornadas de trabajo ilimitadas y aumentarse las cargas de trabajo exponencialmente.
Ante un final de 2020 que se antoja incierto en materia laboral y económica, muchas organizaciones tenemos la capacidad de adoptar medidas de este tipo (para otros sectores como el industrial, logístico o retail, no va a ser tan sencillo), y debemos hacerlo no solo por eficiencia, sino también por conciencia social: vamos a tener que ser muy cautos a la hora de volver a masificar los espacios cerrados, hasta estar lo suficientemente seguros de no estar facilitando que existan nuevos brotes del virus, al que vamos a tener que vigilar muy de cerca los próximos meses.
A su vez, hemos de pensar en las ventajas de adoptar estas medidas también en términos económicos: ahorrar en infraestructuras, destinar más horas al trabajo en sí y menos a tiempos muertos en desplazamientos, así como contribuir a que la cultura empresarial en España se empape por fin de algo que ya se está haciendo hace años en otras economías europeas. El trabajo real por objetivos, independientemente de que estos se consigan de manera presencial o no.
La gran paradoja de la pandemia del coronavirus es que ha devenido en un ejemplo sumamente clarificador de la globalización en la que vivimos: estamos hiperconectados a la información, nos movemos y viajamos más que nunca, y las fronteras son cada vez líneas más borrosas. Estamos ante una oportunidad única de crear culturas corporativas que aprovechen esa globalización y que juegue a nuestro favor la sencillez con la que hoy todos nos comunicamos y la cantidad de medios que tenemos al alcance.
Cambiar una cultura empresarial consolidada es muy difícil (ahí tenemos los ejemplos de Kodak o Yahoo, cuya fórmula se quiso basar en seguir explotando el modelo que les funcionaba), pero la situación excepcional que vivimos nos puede servir para liberarnos de las inercias que arrastramos y centrarnos solo en aquello que nos aporta valor como organizaciones. Las compañías que mejor aprovechan los cambios y hacen de la adaptación continua su ADN (Google, Amazon, etc.) son y seguirán siendo los modelos de éxito.
Un problema constante en los procesos de transformación cultural no es tanto aprender nuevos métodos o sistemas de trabajo, sino deshacerse de los aprendidos, de los que “sabemos que nos funcionan”. Hacerlo nos genera miedos e inseguridades, pero sólo optimizando nuestro tiempo de trabajo y utilizándolo únicamente en aquello que nos da valor como compañía, seremos más adaptables y competitivos; no solo en situaciones excepcionales como la que vivimos, sino ante nuestros competidores y ante cualquier tipo de eventualidad futura.
Estos días pasados, compañías como EY, Openbank, o Cepsa han puesto en marcha planes de teletrabajo total, que han demostrado ser eficaces en cuestión de solo unas horas. Son un claro ejemplo de que muchas veces los cambios en las organizaciones no solo son posibles, sino que solo es necesario nuestra voluntad firme para llevarlos a cabo.
¿Y tú, qué cambios crees que son necesarios en la cultura corporativa de tu compañía?
Nacho Reyero
Manager en The Valley Talent